Un día lleno de Historia y de historias. Desde Triticum os queremos contar una...
Entró en el apartamento cuando la tarde agonizaba. La poca luz que quedaba en el exterior se colaba por las ventanas sin pedir permiso. No abrió ninguna de las múltiples lámparas que llenaban la casa hasta llegar a su habitación. Pisó el interruptor y se detuvo en el marco de la puerta. Resiguió con la mirada los detalles del papel pintado. Les costó muchísimo elegirlo, mejor dicho, le costó muchísimo elegirlo. Igual que los muebles de la habitación y del resto de la casa. Ella sola decidiendo, descartando. Siempre había sido así, él jamás se había implicado en tonterías. Tonterías, así las llamaba. Abrió el armario y sacó la maleta del altillo. La dejó abierta encima de la cama y empezó a llenarla con su ropa. Entre unas camisetas encontró un pago de visa grapado a una minuta,
La Sal
Ensalada marinera bañada con vinagreta dulce
Carpacho de salmón y alcaparras añejas
Caracoles de mar
Navajas
Pulpo
Boquerones
Blanco del Empordà
Bandeja de quesos
Oremus 5 Puttonyos
Y un beso largo y dulce…
Se levantaron y se hundieron en la arena de la playa que había decorado su primera cita. Extendieron una única toalla, y se quitaron la poca ropa que cubría sus bañadores. El sol esa tarde fue lo único que les unió al mundo. Cogió los zapatos del fondo del armario. Los guardó en una vieja bolsa. Fue hacia el baño. Vació el armario. Dudó si llevarse el secador, no recordaba quién lo había comprado. Volvió a dejarlo en su sitio. Regresó a la habitación. Cerró la maleta y salió cargando con todo al comedor-cocina-estudio. Se sentó a esperarle. No tenía ganas de leer. Se echó en el sofá y se concentró en las grietas del techo. ¿Por qué no seguían todas un mismo camino? ¿Por qué algunas se unían y otras se separaban?
Oyó la llave en la cerradura. Él entró. Ni se fijó en lo extraño de la escena. Ella no pudo contenerse y antes de que se quitara la cazadora le dijo que no quería volver a verlo. Se había terminado. Tenía la maleta preparada, se iría esta noche. El silencio cortó el aire. Él contrajo todos los músculos de su cara y sus dedos se cerraron con fuerza en sus palmas.
Aceptó. Sin embargo, no la dejaría marchar con el estómago vacío. La hizo sentarse a la mesa. Se lavó parsimoniosamente las manos y se dirigió a la nevera.
Empezó abriendo un pan de beicon y pipas, crujiente y rojizo, como a ella le gustaba. Se tomó su tiempo. Eligió los ingredientes. Cuidó los detalles. Sólo para ella, para ambos.
Lo untó con tomate y aceite de oliva. Cortó en finas lonchas un queso de cabra semi-curado, encima añadió pasas y rúcula bañada con mermelada de fresa, salvia y pimienta de Jamaica rebajada previamente con aceite de oliva.
Se limpió las manos en un trapo de cocina, la miró.
Ella despistó la mirada, no quería demostrar ningún interés es esa pretendida ceremonia de clausura.
Su segunda baza sería un pan neutro con matices ácidos untado con tomate, aceite y sal. Repleto de queso Brie con mini espárragos verdes salteados con piñones. Todo acompañado de cebollitas cocidas al horno con aceite de oliva e higos secos.
Él cerró los ojos y deseó retenerla a su lado.
Cuando los abrió, ya estaba sentada a la mesa. Esperaba en silencio.
Al segundo mordisco, lo miró a los ojos y se levantó a deshacer su equipaje.
Mercè Pujadas Cid