El sábado, viendo a mis hijos merendar cruixents con crema de chocolate me acordé de las meriendas en el patio de casa. Mi abuelo sentado en el banco de piedra, con la gorra casi tapándole la mirada y un cigarro consumiéndose en sus labios. Tardes cálidas en las que el chocolate se derretía entre mis dedos y la acidez del pan blanco contrarrestaba el dulzor de mi boca.
El sábado, viendo a mis hijos merendar cruixents con crema de chocolate me reafirmé en mi oficio, en mi pasado, mi presente y, espero, mi futuro. Me alegré de contribuir con mi esfuerzo e ilusión a fomentar la Cultura del Pan, de la que ya de niño formaba parte sin yo saberlo.
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